martes, 11 de octubre de 2016

Cuando Mathew se detuvo en Cuba



Por: Laura Ruiz Montes

No hay estadísticas del alma, dijo Eduardo Galeano y es cierto. Se pueden, quizás, contabilizar los derrumbes, las casas perdidas, los edificios destrozados pero no las pérdidas. Hay pérdidas que no se pueden contabilizar. Baracoa, la villa primada de Cuba, está destrozada y no hablo solamente de las carreteras interrumpidas, del vacío donde alguna vez hubo balcones que miraban al mar. Hablo del desarraigo en la propia tierra. Hablo de perder, de golpe -sin que antes haya habido un exilio- la escuela primaria, la esquina de los primeros encuentros, las cartas, las fotografías, el aliento.

La gente de Baracoa ha perdido sus marcos de referencia aun sin haberse alejado de sus lugares habituales. Muchas memorias han quedado despobladas, sometidas a la intemperie. No hubo un tribunal de la inquisición que quemara libros y periódicos, sin embargo miles de páginas han desaparecido.

Su nombre “Baracoa” significa “presencia de mar” y eso es lo que ha sucedido: el mar ha venido porque sí, a reconquistar a todo precio, a imponerse a como diera lugar. Hay zonas donde las olas llegaron tan alto y el viento sopló tan fuerte que se perdieron las escaleras para ascender a pisos superiores. Allí, ahora, hay un vacío entre un apartamento y otro y es probable que la gente desde abajo vea la luminosidad de sus anegadas sábanas blancas sin embargo no puede alcanzarlas y mucho menos envolver sus cuerpos en ellas, bajo la noche caribeña.

La primera capital cubana está a ras de suelo. El enclave de mayor presencia indígena  ha sido arrasado. La mezcla de arawacos, españoles, africanos, criollos y emigrantes haitianos y franceses está bajo los escombros, obligada, no sé cómo, pero completamente obligada, a nacer de nuevo. El huracán Mathew ha usurpado la realidad y la ha retorcido. Nuestra Señora de la Asunción de Baracoa que siempre fue una fuerza de la naturaleza se vino abajo ante otra fuerza, implacable, despiadada, irrespetuosa.

Esta es la tierra de Guamá. Aquí estuvo deportado Carlos Manuel de Céspedes. El coco, el cacao y el café acompañaron siempre a sus habitantes. Yo no sé si el recuerdo, si el orgullo, si la esperanza le sean suficiente ahora mismo a toda esta gente que probablemente aún no haya empezado a hacer sus duelos, que probablemente no tenga tiempo de hacerlos, pues la sobrevida y la reconstrucción imponen, necesariamente, sus propios ritmos.

Era también una noche tormentosa, pero de 1895, cuando Martí y Máximo Gómez llegaron a Playitas de Cajobabo. Hoy, esta otra noche, desde ese mismo lugar, una mujer de ojos vidriosos y marcadas ojeras, habla a las cámaras de la televisión cubana. No logro saber qué está diciendo porque los escombros que enmarcan su silueta son sobrecogedores y sepultan sus palabras.

El hotel que donó La Rusa de Baracoa, está dañado. No puede ser que el hotel que soñó aquella Magdalena Menasses Rovenskaya que por casualidad nació en la Siberia, ahora, por otra terrible casualidad, haya perdido su esplendor, su mítica presencia. No puede ser, no debería ser, pero es.

La desembocadura del río Toa acogió a Hatuey. Hoy, ese mismo río dañó algo tan sofisticado  e irreal como un cable de fibra óptica, que a su vez canceló algo tan simple y vital como la posibilidad de comunicarnos de occidente a oriente a través de frágiles pero salvadores teléfonos celulares.

No es verdad que sentados en la sala de nuestras casas, después de haber comido, tranquilos y serenos, podamos ponernos en el lugar del otro. De ese otro que aún está errando por las calles de Baracoa, de Maisí, de Guantánamo, reencontrando a su familia, deteniéndose en medio de los escombros, señalando con un dedo y diciendo: estoy en mi casa, esta es mi casa. Y lo peor es que aunque no haya pared en pie ni techo que resguarde, sabemos que esa boca no miente. Es preciso hacer algo. Urge moverse, dejar la comodidad, sea de la magnitud que sea, estemos donde estemos. Apremia ayudar en lo que sea posible, para que un país que ya ha tenido suficientes divisiones y pérdidas no sufra una más; para que las carreteras ahora aun bloqueadas nos lleven a todos al mismo destino, a la celebración, sin resentimientos, del mar, la lluvia y el viento, que es lo mismo que decir: a la celebración de la vida.

Octubre del 2016



1 comentario:

  1. Este texto es un poema, y como poema encierre más verdad que cualquier reportaje. Ruiz trasmite pérdidas tan reales como las de un mundo de mampostería,evoca la Baracoa indígena de Hatuey, la de Céspedes y de Máximo Gómez, la de Magdalena Menasses Rovenskaya que no le miente a uno cuando diga "ésta es mi casa" y así celebra la vida por temporalmente destruida que esté. Este texto/poema me conmovió hasta lo más íntimo de mi ser.

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