jueves, 21 de septiembre de 2017

Aferrarse a la memoria histórica *

Por: Laura Ruiz Montes

En la génesis caribeña aparece, atravesando distancias geográficas y psicológicas, el barco negrero. Ese no-lugar trajo consigo travesía, mareo, movimiento, muerte, supervivencia y devino zona de contacto por excelencia. A partir de una realidad de tal magnitud, ¿cómo no concebir la búsqueda posterior de la identidad a partir de un nomadismo, un entramado que reúna al Ser con sus numerosos suelos, una relación entre las varias capas que conforman los espacios donde los antillanos han confluido? Pero como es obvio que la identidad no proviene únicamente de los orígenes, es vital también insistir en un relato que no es único y que está indisolublemente ligado a la espacialidad.



Gisèle Pineau, nacida en París en 1956, hija de emigrantes guadalupanos, vive Francia como su país de exilio. Regresa a Guadalupe a los catorce años para retornar nuevamente a París donde obtiene su título de enfermera psiquiátrica que posteriormente ejerce en la isla caribeña durante veinte años. Su movimiento entre la antigua metrópoli y la isla de sus antepasados la convierten en errante definitiva. El aquí y el allá, la emigración, las llegadas y regresos, las pérdidas y los duelos del exilio son, en no pocas ocasiones, el eje vertebral de los personajes que construye. Pero hay una circunstancia que encuentra asidero en su obra y merece ser estudiada con suma atención: más allá del ir o el venir, el estar es lo que constituye la médula antes descrita. Su experiencia familiar en el exilio es mostrada en varios de sus textos, tales como Mes quatre  femmes   y L’exil selon Julia. Por otra parte,  Chair Piment (Pineau, 2002) tampoco escapa a la descripción psicológica de la nostalgia de la protagonista emigrante en París.

La relación de la narrativa de Pineau con ese otro no-lugar que es también el exilio se sucede a partir de una política literaria de interacción y construcción de una identidad colmada de significantes caracterizados por el arraigo al suelo natal y la defensa de la cultura creol a partir de la experiencia de lo vivido. La herencia negra, el apego al suelo natal, la lucha contra la asimilación y la construcción de una identidad caribeña en colectivo están presentes en su literatura, siendo quizás  L’exil selon Julia y Mes quatre  femmes sus máximos exponentes. La posición de la narradora entre dos culturas produce textos que son espacios de rebeldía y resistencia inscritos dentro de históricas relaciones de dependencia y subordinación. Su cuidado de la memoria histórica a través de una poética de la relación mezcla universos simbólicos conformados por historias personales y colectivas, para intentar la consecución de un lugar común desde el cual reconstruirse como Ser individual y como nación.

Julia (Man Ya), es la abuela de L’exil selon Julia y Mes quatre  femmes En la primera de estas novelas, Pineau (desde su voz de niña) relata la partida de su grand-mère hacia Francia junto a su hijo y nuera, la relación con sus nietos, la no inserción de Man Ya en el país de acogida y los avatares de la familia. Man Ya encarna el símbolo del exilio, la discriminación sufrida por su color y su no conocimiento del francés, la invalidez del creol como lengua y la ausencia del país natal vivida en el encierro de un apartamento, a la par que el rescate de ese propio país por la memoria afectiva. Refiriéndose a esta novela, la propia autora ha expresado:

En L'exil selon Julia, quería volver sobre la historia de mi familia. Se trataba, más que nada, de reunir memorias. Entrevisté a mis hermanos quienes compartieron conmigo sus recuerdos. […] En mis novelas aparece con frecuencia gente que ha sido marginada, excluida, diferente... Me interesa la diferencia y cómo miramos a los otros -lo cual me acerca tremendamente a mi profesión de enfermera siquiátrica. (Veldwachter, 2004)

Julia trasmite un saber colmado de recetas de cocina, medicina natural y referencias a plantas y sembrados. No teniéndole fe a la medicina francesa, emplea cocimientos para distintos males, llegando en ocasiones a desesperar por la ausencia en el país de exilio de las plantas necesarias, tan comunes en su rincón antillano. Su patio guadalupano es el centro de su reino. Guadalupe es para Julia su choza y su jardín. Este último es lo que más la ata a su país natal: su pedazo de tierra dejado atrás constituye la cima de su nostalgia. Su mayor dolor es el haber cortado de un tajo el cordón umbilical que la unía a su territorio de felicidad/ libertad y con ello haber cercenado la fidelidad a sus raíces.   En el momento de abandonar Guadalupe es en eso en lo que piensa “¿Y mi jardín?, […] ¿Quién se ocupará de mi jardín?”  (Pineau, 1996, p. 47). En la isla está su plaza creol, sembrada de plantas que se mezclan, cuyas raíces se entretejen. Este es el espacio que viaja con ella a Francia, su equipaje mítico y a la vez real.

El inasible misterio del recuerdo de la natilla caliente en el fondo del jarro de la infancia, el envío de Man Ya, desde Guadalupe tras su regreso, de canela, polvo de colombo y harina de mandioca, encuentran reciprocidad en su nieta cuando esta le escribe contándole que fue asesinado Martin Luther King y rogándole a su abuela hiciera una pequeña plegaria por el luchador de los derechos civiles de los negros que antes se había convertido en icono para la anciana caribeña. La contaminación de referentes en la novela de Pineau consigue una puesta en escena de la Poética de la Relación de Glissant conformadora de una identidad caribeña negra plural e inclusiva.

Julia, conteur por excelencia, desata dentro de la narradora la nostalgia por el desconocido país de origen a partir de las historias aprehendidas y los anhelos caribeños de Man Ya. La niña que relata vive un exilio por procuración. La ausencia del país se centra en la voz y la angustia de la abuela:

La carencia del país se manifiesta en todas partes y a toda hora.  Surge en la ausencia de color en el  cielo del espíritu viajero que vive de nostalgia.  Soportar esa falta, acicalarla o incubarla, es sufrimiento asegurado y suspiros.  Es habitar Allá, habitar el País desde allá.
Alimentar esa carencia, es comprar pescado de agua dulce en Francia, ponerlo en una salmuera de imitación –no hay limones ni pimiento bonda Man Jak.  Sofreír tomate y cebolla en una onza de beurre-rouge Masclet sacada de un paquete venido de las Antillas.  Depositar el pescado, dejarlo cocinar y luego comérselo.  Constatar la ofensa.  Entonces soñar con el País.  Buscar en la memoria perfumes y placeres del paladar.  Reinventar un mar Caribe [...] (Pineau, 1996, p. 169-170)

De la nostalgia se construye el presente y se fundará el futuro. De la añoranza alimentada por los recuerdos de Man Ya y atizada por los dolores que ha causado el exilio se nutre una identidad caribeña que quiere y exige una redefinición que le permita ser sujeto de su propia Historia. La niña narradora,  a sus trece años concluye:

¡Traigo mis brazos para construir este país  con Uds.! Díganme la verdadera historia, yo la escribiré para quienes nos sucederán.  Cuéntenme una y otra vez la vida entremezclada de los vivos y los muertos, le daré vida a los muertos y la muerte a los viejos miedos. Me volveré papel, tinta y portaplumas para entrar en las entrañas del País. (Pineau, 1996, p. 232)

En Man Ya la pequeña encuentra consuelo en hora aciaga. Sostén, ante las palabras de su maestra delante de los otros alumnos, cuando al referirse a ella, exclamaba: “¡Niños! la negra ya terminó el examen.” (Pineau, 1996, p. 80)

“La forma más sencilla de alcanzar el rechazo de una dificultad personal es identificarse con una situación general. Se traduce yo por nosotros y se refugia uno en eso.” (Lamming, 2007, p. 349) Ese nosotros vital lo encuentran los niños de L’exil… en Julia que no se afilia al olvido. Descendiente de una esclava, Man Ya, cuenta a sus nietos los dolores, las repercusiones, se atreve a decir en voz alta la palabra temida: esclavismo. Les habla de la abolición, de lo que ella llama la segunda esclavitud y que concierne las desgracias, desorientación y explotación que sufrieron los negros ya libres. Da fe de la lengua aprendida, la oralidad, los olores, las marcas. Narra la vida terrible en los cañaverales. Ella habla y su creol muestra la intención de reconstruir un país:
El pensamiento del esclavismo ocupa mis noches.  Veía la tierra africana. Una aldea de la sabana.  El regreso de los hombres de la caza.  Las negras con bezote machacando maíz.  El bullicio de los niños haciendo carreras de monos y de gacelas.  Una aldea tan tranquila.  Y luego los negreros.  Veía la bodega del barco, los cuerpos hacinados, la travesía, el cabeceo infernal, el terror.  ¿Cuál de mis antepasados conoció esas cadenas?  ¿De dónde venía precisamente?  ¿Su nombre?  ¿Su idioma?  (Pineau, 1996, p. 159)
          
Las preguntas que se habían quedado atoradas en las puertas de Goré encuentran eco en la nueva generación. Entre Man Ya y sus nietos  se erige una solidaridad que se realiza en capacidad inspiradora que fomenta la integración de identidades.

Valioso en tanto reflejo de la incompatibilidad entre el creol antillano y el francés metropolitano y como espejo de irreconciliables diferencias, es el momento en la novela donde se cuenta el día en que la abuela espera a los nietos bajo el aguacero, delante de la escuela, para protegerlos e impedir que se mojaran. Vestida con el abrigo del ejército perteneciente a su hijo, es arrestada bajo los cargos de haber ofendido el  orgullo patrio. Aun sin poder ella explicar y defenderse a causa de su ignorancia de la lengua europea, se mantiene erguida, firme. Sus convicciones influyen sobre los nietos y les hace sospechar que el saber francés no era lo único importante.

Cuando la niña que cuenta, humillada por la maestra de la escuela es obligada a terminar el curso cada día bajo el buró, corre a escribirle una carta a su abuela –que ya ha regresado a Guadalupe–  para contárselo. Man Ya, analfabeta, no alcanzará a leer la carta, pero no es un detalle menor  la decisión de la pequeña de compartir el dolor de la discriminación solo con quien puede comprenderlo, no con quien niega su existencia y su origen. A la soledad frente a la madre se opone la sólida figura de la abuela y los valores por ella trasmitidos. A la asimilación se opone la memoria histórica, única explicación posible, único asidero real, autenticidad que no transige, que no ceja en su raíz.

Man Ya, extrañando su jardín desde Francia es una analfabeta que sin embargo tiene el poder de la memoria y la oralidad para representar, comunicar y traspasar un apego al Caribe, a la tierra y a la Historia real. Lega la importancia del pasado, el alma del país, la vivacidad de la cultura negra, impidiendo que sus nietos se vuelvan contra sí mismos, contra su verdadera identidad. Se encarga de una continuidad que habrá de alcanzar valores más amplios, formas inéditas en un mundo en cambio.

Referencias

-Ionescu Mariana. (mai 2007) L’ici-là selon Gisèle Pineau. Voix plurielles 4.1.
-Lamming, George. (2007). Los placeres del exilio. Fondo Editorial Casa de las Américas. La Habana.
-Mazeau De Fonseca P. (2005) Algunas reflexiones sobre la Poética de Relación de Édouard Glissant. Revista Virtual Contexto, 9-11.
-Pineau, Gisèle. (1996). L‘exil selon Julia.  Éditions Stock, Paris. Todas las citas son de esta edición y las traducciones mías.
-Pineau, Gisèle. (2002). Chair Piment. Mercure de France.
-Pineau, Gisèle. (2007).  Mes quatre femmes. Philippe Rey, Paris.
-Veldwachter, Nadège. (Spring, 2004). An Interview with Gisèle Pineau. Research in African Literatures, 35-1. Indiana University Press. Las traducciones de las citas pertenecen a Mabel Cuesta.


1 comentario:

  1. La zona de contacto traducida en vidas, personas con sus nombres y un poquito de su experiencia... cuánto necesitamos ese tipo de texto, tan ausente de nuestra literatura "canónica"...

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