lunes, 12 de septiembre de 2016

Raspar la superficie




Por: Zaida Capote Cruz [1]

Quiero compartir con ustedes el entusiasmo que me ha provocado este libro de Laura. En primer lugar, un entusiasmo tremendo para seguir trabajando, para apoyar de algún modo no solo la difusión de este libro, sino de los libros de los que este libro trata. Para ocupar algún tiempo en traducir aunque sea un fragmento de alguna de las novelas estudiadas aquí, para seguir discutiendo las condiciones de la cultura caribeña, para seguir, en fin, leyendo a Laura Ruiz, que es siempre una fiesta de la inteligencia y el corazón.

Para empezar por el principio, hablemos del título: este libro se llama A la entrada y a la salida. Un título enigmático, es cierto, pero solo hasta que se lee uno de los epígrafes que lo presentan: “Los negros, cuando no la hacen a la entrada, la hacen a la salida”. Ese es uno de los gustos que me da leer a Laura, que usa todos los registros, lo que sirva (así, por ejemplo, se refiere a la labor de la crítica como el gesto de “raspar la superficie”), lo que sirva mejor para expresarse, para declararse. Pues bien, el título deja de ser enigma para afirmarse, algo así como “negro y bien”, “negro y qué” —algo, que, permítanme la digresión— siempre me parece mejor que la limpieza de lo negro, limpieza involuntaria quizás, a lo mejor prejuicio mío, que no puedo evitar percibir en el término “afrodescendiente”, tan al día: ser negro no es solo una condición racial, es una condición histórica, es una condición cultural (claro, ser afrodescendiente también, me dirán), pero la lengua, como la gente, tiene una historia, que no se ha ido acumulando por gusto, y hacer a un lado la herencia de lo negro, obviarlo con un término más aséptico, si se quiere, no me parece el mejor modo de asumir la lucha; pero en fin, en nuestras sociedades caribeñas, yo, lo mismo que Laura, soy blanca, así que quizás no tenga (siempre habrá quien lo diga) derecho a opinar sobre este tema. De todos modos, Laura afirma ese derecho de hablar del Caribe como quiere, y en ese asumir que el Caribe nos pertenece hay otra amplitud, otra ambición. No puedo evitar aquí recordar las descalificaciones de Gastón Baquero y Cintio Vitier a Virgilio Piñera por su La isla en peso (1943). Baquero acusaba a Piñera de acudir a desdichadas “martiniquerías”, y Vitier, negado a reconocer que el Caribe no es solo un sitio geográfico, se refería a la visión piñeriana de Cuba como la de “una atroz Antilla cualquiera”. Ambas visiones, despectivas, sobre el Caribe desdicen lo que, por esos mismos años, armaba Alejo Carpentier con su magnífica El reino de este mundo. En fin, espero que puedan perdonar la digresión, que no será la última.

El libro de Laura está más cerca de una visión integradora, claro está, pero en él Cuba solo aparece como un espacio huérfano de remediar su propia avidez, una avidez que Laura estimula con su magnífica lectura de algunas novelas de autores caribeños. Su objetivo, declara, es “conjurar la dispersión de nuestras letras”, respondiéndole así, muchos años después a Baquero y Vitier. Como bien decía Fernando Ortiz, para ser cubanos es imprescindible “la voluntad de quererlo ser” y este libro propone una voluntad de ser caribeño, de incorporar, devorar, deglutir y comprender el Caribe que va mucho más allá de tratados y congresos. Por eso les decía antes que me entusiasmaba para trabajar, porque ese es uno de los reclamos de Laura, hay que trabajar para traer más del Caribe a Cuba.

El estudio de novelas de Simone Schwartz-Bart, Jacques Roumain (la inolvidable Gobernadores del rocío), Lyonel Trouillot y Gisèle Pineau [2] se abre con una convocatoria a asumir el deber de recordar (devoir de mémoire), único modo de restituir su lugar a tantas víctimas de la violencia histórica. Asumiendo como suyo ese deber, esa obligación, más bien, Laura va recorriendo y armando al mismo tiempo una galería de mujeres útiles —como alguien dijera de las semblanzas que hiciera Avellaneda, por contraposición a los hombres útiles de Bachiller— con la que dibuja las variaciones y modelos de los personajes femeninos más notables de esas novelas. Una de sus quejas más frecuentes, y de sus propuestas más atendibles, está en la necesidad de traducirlas y publicarlas en nuestro país, donde solo una ha sido publicada.

Curanderas y profetisas, guardianas del hogar, liberadas del destino maternal prescrito como único destino, las mujeres deshacen el mundo y lo dejan listo para rehacerse, como los ciclones, que tanto han servido para explicar y representar lo caribeño. Las rutas elegidas, muchas veces, conducen al ejercicio de la sororidad, esa hermandad femenina que bien podría traducirse como solidaridad entre mujeres, complicidad, en fin, y que ha sido descrita como fundamental para emprender cualquier transformación. La sororidad provee a las heroínas de las novelas caribeñas de un asidero firme del que agarrarse cuando el ciclón azote o la vida se haga difícil (casi todo el tiempo, por lo demás); y Laura acude a ese concepto acuñado por la práctica feminista —como el affidamento de las italianas— para explicar las relaciones de apoyo y rebeldía compartida, tan esenciales para la liberación femenina.

Las heroínas de estas novelas también aparecen como fuente de una dimensión histórica colectiva, como representación de la nación. Las madres que suplen la muerte o la ausencia de sus hijos convocando a la acción y a la transformación. Con leves alusiones a la  construcción matrilineal de las familias caribeñas, asediadas por la violencia, la pobreza o la emigración, Laura explica la representación de lo nacional en el cuerpo femenino como una constante en estas literaturas. La ilusión de un destino nacional vigoroso parece deshacerse parcialmente en la madre de Bicentenario y se rompe, se desgarra y no anuncia su recomposición en grandes discursos en Teresa en mil pedazos, donde un diario femenino sustituye el relato nacional. El destino de esa mujer múltiple, inasible y por eso mismo libre; Teresa, lo compara Laura al de la protagonista de ese clásico que es El ancho mar de los sargazos. Ya sabemos cuántas locas pululan  en las ficciones del Caribe, y a propósito, quisiera recordar otro concepto, esta vez del psicoanálisis feminista que puede llegar a ser muy productivo. Una psicoanalista argentina Emilce Dío Bleichmar, hablaba del “feminismo espontáneo de la histeria”. La histérica, argumentaba, es una mujer incontrolable, que se niega a la estabilidad y elude, por tanto, el control patriarcal. Ese concepto puede servirnos para explicar no solo el destino terrible de la protagonista de Rhys, sino también para cruzarlo, en la lectura de obras de la región, con otras especificidades del Caribe, como la condición colonial. Laura hace lecturas productivas (en el sentido kristeviano, claro está, de productividad de sentido) de todas las novelas abordadas, e incluso confiesa sus limitaciones, sus imposibilidades: como ocurre con la difícil traducción de un término antiguo; en la novela de Gisèle Pineau Mis cuatro mujeres, donde varias generaciones comparten sus recuerdos, sus añoranzas, sus ilusiones y sus historias de vida en un espacio común, una geôle noire cuyo sentido Laura explora en varias direcciones, sin decidirse por ninguna, lo que enriquece y complejiza nuestra lectura. En la jaula, las cuatro mujeres exploran, ponen en escena, dice Laura, “el mundo como relación”. Es ese entender el mundo como relación, quizás, la enseñanza más clara de vivir en una encrucijada como el Caribe. La ambición de aprender, la ambición de explicar, la disposición a la errancia, a la mutación, al cambio, hacen posible no solo el apasionado intercambio que estas mujeres hacen de desdichas e historias comunes, sino también el interés que este libro manifiesta por indagar un mundo literario solo en apariencia ajeno.

Laura nos invita con sus lecturas inteligentes y comprometidas a seguir pensando el Caribe como parte propia, a sentirlo en carne propia, mas bien, y a trabajar entusiasmados, como decía al comienzo, por alentar la traducción y difusión de estas novelas, cuya relevancia aprendimos leyendo a Laura, hurgando con ella en esas historias ajenas pero tan entrañables, acompañando con ella a estas mujeres fuertes, magulladas o divididas, pero siempre en la lucha. Creo que este libro nos obliga a trabajar por difundir estas novelas tan bien leídas e interrogadas aquí, en este libro, por Laura Ruiz Montes.

[1] Zaida Capote Cruz: Investigadora, ensayista, crítica. Especialista en Estudios de la Mujer por El Colegio de México y doctora en Ciencias Filológicas por la Universidad de La Habana. Coautora del blog: https://asambleafeminista.wordpress.com
[2] Las novelas estudiadas son: de Gisèle Pineau, La grande drive des esprits (1993), L’exil selon Julia (1996) y Mes quatre femmes (2007); de Simone Schwarz-Bart, Pluie et vent sur Telumée Miracle (1972); de Lyonel Trouillot, Bicentenaire (2004) y Thérèse en mille morceaux (2000). También Gobernadores del rocío, de Jacques Roumain, y El vasto mar de los sargazos, de Jean Rhys, ambas editadas en Cuba por Casa de las Américas.

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