viernes, 19 de agosto de 2016

Y Cuba… ¿hasta dónde llega?

Por:  Laura Ruiz Montes

Según ha dicho Porter Allen, de manera rápida y entendible, el Caribe llega hasta donde suenan las maracas… Es posible coincidir o no con el axioma, pero lo que resulta innegable es la cantidad de preguntas que esta afirmación provoca. Una de ellas, por ejemplo, podría ser la siguiente: si el Caribe llega hasta donde suenan las maracas, entonces ¿hasta dónde llega Cuba? o mejor aún ¿hasta dónde podría llegar Cuba?



En momentos en los que el corrimiento y/o borramiento de límites es característica cotidiana y acostumbrados a los entrecruzamientos más allá de las fronteras nacionales y psicológicas que definen nuestras naciones caribeñas, continuamos celebrando la aparición de sendos libros escritos por dos académicas cubanas que hacen vida y obra fuera del territorio nacional y que se unen en ese punto en común que es el intento de narrar la nación. Escrito en cirílico. El ideal soviético en la cultura cubana posnoventa, libro de ensayos escrito por Damaris Puñales Alpízar, profesora de la Universidad Western Case Reserve de Cleveland y Cuba post-soviética: un cuerpo narrado en clave de mujer, de Mabel Cuesta, profesora de la Universidad de Houston, vieron la luz en Santiago Chile, publicados por la editorial Cuarto Propio, en el cercano y lejano 2012.  De este modo, Cuba/URSS/Estados Unidos, se convierten en triangulación que no es detalle menor, sino un agregado que enriquece el resultado final sobre la base del nomadismo de ideas y una contaminación absolutamente saludables de la labor creativa, privilegiada por el poder de la errancia.

La observación de las subjetividades históricas está llamada a tener, cada día más, un peso real en la conformación de los relatos nacionales. Indagar, preguntar, hurgar hasta donde sea posible en los rincones de las sensibilidades y emociones es un  camino muy productivo para entender de dónde venimos y qué nos ha conformado, a esa labor se entregan ambos volúmenes mencionados. A su vez, la inserción cada vez más acertada del tema del binomio URSS-Cuba en los estudios actuales ayuda a desenredar la madeja histórica y a (re)colocar a la Isla en el mapa general, en el trazado de la totalidad del mundo cultural presente.

Puñales Alpízar sabe de la importancia del diálogo entre las raíces, los suelos y los techos sucesivos que termina por crear la enjundia que somos, la mezcla de vida que por elección o imposición se va sumando para convertirnos en una suerte de complejísimos collages. Con este barro ha amasado la académica su pensamiento.

Hoy cuando aún resulta un poco extraño volver a contemplar las playas cubanas colmadas de turismo ruso, o nos quedamos pasmados cuando nuestros hijos aparecen en casa con muestras de dibujos animados de la otrora URSS, o cuando nos vemos a nosotros mismos alimentando el recuerdo de nuestros “gloriosos” años ochenta y celebrando a mandíbula batiente los frascos de conservas, la latas de carne rusa, las películas, la colección de revistas Sputnik y todo cuanto de la antigua URSS recorrió la isla y por supuesto, nuestras vidas, este libro viene a aportar una buena parte de la explicación, la preciada posibilidad de entender, de entendernos.

La autora, en estas páginas, repasa las relaciones entre las dos naciones a partir de los años veinte del pasado siglo para explicar vínculos entre países distantes geográficamente, pero cercanos en afanes políticos y procesos culturales. Con la indiscutible ventaja del insider concibe e inserta el término comunidad sentimental soviético-cubana en las matrices del surgimiento y devenir de la conciencia nacional. A la vez que consigue descubrir y mostrar la ruta que va de lo impuesto a la relación natural.

El tomo se centra en las décadas de 1960 a 1990 y la influencia de estas en la producción cultural posterior. Valora detalles simbólicos como la cohesión de una lengua, el legado emocional y estético, la educación sentimental y académica generadora de nostalgias, independientemente de credos y filiaciones políticas. Valiosas obras influidas por “lo soviético”, que alcanzan madurez intelectual paradójicamente después del fin de la URSS y no durante sus años de presencia real, son expuestas aquí con sagacidad. Los acercamientos críticos de estas páginas revelan la importancia de la subjetividad antes mencionada en el conglomerado de identidades en tránsito, dispersas y múltiples, configuradoras de la ineludible Cuba actual.

A la manera de Harold Bloom,  Damaris Puñales también concibe la crítica como forma autobiográfica. Nutrida por una estética del fragmento muestra generaciones que, formadas bajo la ascendencia soviética, constituyen hoy parte de la saludable diferencia en el panorama antropológico de la isla y más allá de sus fronteras naturales. Una buena parte de las lecturas posibles que se derivan de sus análisis están signadas por un hilo conductor: la nostalgia por lo soviético no es un constructo. No es una nostalgia personal, es una nostalgia colectiva, pero sobre todo es algo en lo que no estamos solos y esa compañía podría ser uno de los pilares para el sostén cotidiano.

Hoy que las noticias no llegan a través de los radios VEF, que los viajes desde Cuba hacia los países socialistas ya no existen; hoy que el oso Misha ha sido cambiado por tantos y tantos otros emblemas, que la lata de leche en polvo soviética ha largado el fondo por el herrumbre, nos queda, eso sí, la experiencia vivida, el estremecimiento que supuso el derrumbe del paradigma que constituía la otrora URSS y su impronta en la realidad y cultura cubanas. Pero sobre todo permanecen estas indagaciones  que se insertan en el estudio de la memoria cubana y en la necesidad de recuperarnos como nación total que agrupe la historia de las ideas y la cotidianidad de las sensibilidades.

Desde las páginas de Cuba post-soviética: un cuerpo narrado en clave de mujer, Mabel Cuesta superpone cuerpo nacional y cuerpo femenino en un espacio (psicológico y sociológico) donde ambos se funden para conseguir una representación que de modo ubicuo relate la historia nacional pero donde el elemento nostálgico no copa las primeras planas. Su texto se centra en el momento postsoviético y en las diferencias aparecidas en los discursos literarios de las narradoras que conforman su campo de observación. ¿Cómo estos discursos ayudan, se insertan, se evaden, se construyen a sí mismos o traspasan las fronteras nacionales en la edificación de la “nueva” historia cubana?, parece ser una de las claves del volumen.

La ensayista toma como centro a doce escritoras cubanas en su mayoría nacidas después de 1959 pero su trazado va a los orígenes, proporcionando una interesante cartografía que muestra la ruta innegable de las feministas cubanas desde los años veinte y que pone en evidencia no ya los hechos aislados de una u otra etapa, sino el largo y matizado proceso desde entonces hasta nuestros días. Con total claridad aparecen expuestos algunos nexos entre las acciones del Club femenino que en las primeras décadas del siglo XX  se encargó de intentar agrupar a las mujeres de la isla y la creación en 1960 de la Federación de Mujeres Cubanas. La insistencia del valor de la tradición en la Historia Cubana es uno de los méritos más importantes que asoman en estas páginas. A ella nos convoca su autora en la aspiración de encontrar el camino de pasado a presente que permitirá, a su vez, una mejor visión y basamento para el futuro.

Obras escritas en los años ochenta y noventas del pasado siglo y primera década del presente, permeadas por eventos históricos, sociales y políticos del momento, son estudiadas desde una justa perspectiva a la par que presentadas dentro del relato literario mayor, con énfasis en autoras nacidas entre 1959 y 1975, corpus seleccionado por esta investigadora que se apresura a dejar muy en claro la existencia de un círculo más amplio y extendido, merecedor de estudio aparte.

El valor de las antologías más allá del afán arqueológico, el reconocimiento de un discurso que se reconfigura a partir del sujeto país devenido identidad femenina, el valor de los “puentes” generacionales, y de las representaciones sociales en la narrativa cubana son privilegiados también desde esta labor ensayística.

La importancia de la memoria como ejercicio crítico en no pocas de las obras estudiadas está casi al centro de los acercamientos de Cuesta, en tanto le permiten mostrar el corrimiento del imaginario nacional cubano post caída del muro de Berlín y reflejado en un sujeto mujer fragmentado y bifurcado. Mujeres narradas por mujeres pueden ser leídas como la Isla narrada por las islas/individualidades que la colman y construyen.

Tanto Puñales-Alpízar como Cuesta han tomado la muy acertada decisión de estudiar creaciones y autora(e)s que viven tanto en Cuba como en otras regiones del mundo, lo cual enriquece ambos volúmenes logrando un diálogo efectivo con la Cuba real, insertándola en el relato global actual.

Escrito en cirílico reúne acercamientos al audiovisual cubano y las coproducciones fílmicas cubano-soviético-rusas, así como los cambios estéticos-ideológicos vividos por estas en el período abordado. Mientras que las huellas soviéticas en la Cuba literaria quedan explicitadas en la revisitación a las trilogías de Jesús Díaz y José Manuel Prieto que orgánicamente se enlazan con la producción literaria de Anna Lydia Vega Serova, Gleyvis Coro, Emerio Medina, Reynaldo González y Alexis Díaz Pimienta, por solo mencionar algunos de los autores elegidos cuyas obras revelan una subjetividad moldeada  por más de una treintena de años de presencia soviética en la Isla.

Cuesta, mientras tanto –abriendo también el portón- narra y exhibe una Cuba literaria que, amparada en escrituras y poéticas diferentes pero con ciertos ejes comunes, va desde la insoslayable presencia de Sonia Rivera Valdés con su Premio extraordinario Cuba-Estados Unidos convocado por la Casa de las Américas, hasta la representación por parte de Ena Lucía Portela de posturas desacralizadoras de la Historia Nacional que durante mucho tiempo habían sido invisibles en la narrativa cubana. En el arco intermedio aparecen, entre otras, Karla Suárez, Jacqueline Herranz y Anna Lydia Vega Serova, unidas todas en la tarea de (re)crear y (de)mostrar una nueva subjetividad acorde con el momento histórico presente, reflejando identidades que aunque en tránsito procuran, en la mayoría de los casos, la integración de una cultura cubana libre de estancos.

Ambas ensayistas, quizás sin proponérselo, son la muestra en la praxis de lo que estudian, plantean y concluyen. Puñales-Alpízar se reconoce como una “niña rusa”, se sabe parte de esa comunidad sentimental que tan bien describe y ya desde la introducción de su libro confiesa una implicación emocional directa con su objeto de estudio. Regala una intervención personalísima contando su sueño estudiantil de visitar la URSS y sus maneras de acercarse años después a este sueño, recibiendo clases de idioma ruso primero en México y luego en Iowa, estudios que siempre la hacen experimentar la cálida sensación de “volver a casa”.  Cuesta, en cambio, está en la línea fronteriza de las narradoras estudiadas. Habiendo nacido en 1976 ha publicado libros de cuentos tanto dentro como fuera de la isla caribeña, develando un discurso propio en juego con el engranaje insular de intramuros y de la diáspora. De esta manera, además de lo acertado de las poéticas de sus volúmenes de ensayos, sus autoras agregan el hecho de ser ellas mismas el mensaje. Quedando claro que, -para decirlo en voz de la poeta uruguaya Idea Vilariño- es posible ser  testigo, juez y Dios/ sino, ¿para qué todo?

1 comentario:

  1. Gracias por introducirnos a estos libros que empiezan a analizar el período de influencia soviética en Cuba... una época compleja que merece ser discutida más a fondo.

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